Capítulo II - LA INVESTIGACIÓN

EL CASO "IVONNE"

CAPÍTULO II

LA INVESTIGACIÓN

Edificio de los Juzgados

...Unas horas más tarde, en la entrada del edificio de los Juzgados, Javier Ponce se encuentra con el inspector Quintillas, que va cargado de documentos:

—Vaya montón de papeles que me preparaste, ya me dirás donde meto yo todo esto, ¡con lo justo que vamos de espacio!

—¡Dámelo, ya te lo guardo yo! —le sugiere su compañero de instrucción y funcionario del juzgado, encargado de la causa de la fallecida..

—¡No aún no! ¡Antes quiero ver todas las fotos!... Por cierto, he desmarcado las que había encima de la cómoda y las traigo también. La tía se ve que era una cantante de cabaret.

—¿Cómo lo sabes? —pregunta sorprendido Ponce, no entiende como ha sacado esta conclusión.

—¡Mira! —Extrayendo del montón una foto y evitando que le caigan el resto de los papeles—. ¿La ves? —mostrándosela para que la coja, a lo que Javier agarra la foto y al instante reconoce a la mujer fallecida, que aparece prácticamente desnuda; la instantánea la recoge en una pose propia de una actuación, al lado de sus pies se observan las prendas de las que se ha despojado la artista, cosa propia de cuando se realiza un “estriptis”.

—¡Deja que me la quede! —le pide Ponce al inspector.

—¡Ni hablar! Ven dentro de unos días… y por mí te las puedes quedar todas, pero ya te digo, antes las quiero ver yo... para mi informe.

Ponce no entiende esta insistencia de Quintillas, por ser él quien primero vea y examine todas las fotografías recogidas en el piso, lo que le pide es algo normal, sabe que poco va a influenciar en su informe una foto más o menos. Pero como llega tarde a una notificación que tiene prevista de días anteriores, no discute con el inspector y se despide:

—¡Como quieras Quintillas…! ¡Ya hablamos!

—¡Tranquilo hombre! ¡No quiero que te enfades! —exclama el policía, percatándose de que su negación con lo de la foto, no ha sido del agrado de Ponce; y continúa—: ¡Ya te he dicho que nada más que le heche una ojeada... ¡Te la daré, y haces lo que te salga de los cojones con ella y con todas las otras! ¡Joder…!, ¡eres de lo más suspicaz Ponce…! —Y dada esta disculpa, la cosa queda así. ¡A la espera!


…Pasadas, aproximadamente, unas veinticuatro horas, Ponce se encuentra en un pequeño edificio, pegado a un bloque de nichos mortuorios, dentro del Cementerio de la ciudad, en concreto está en el lugar que alberga el “Depósito de Cadáveres”.

—¡Hola Melchor! ¿Está el doctor Miret?

—¡Hombre Javier!, ¡sí, está en su despacho!, ¡pero espera, estate un rato conmigo joder! —Los dos se conocen desde hace años.

—¡Es que tengo mucha prisa! —intentando darle largas.

—¿Para cuándo las oposiciones? —insiste el amigo Melchor.

—Pues aún no las han convocado, pero casi con certeza que serán para octubre, como cada año. —Sin dejar de caminar hacia el despacho de Miret.

— ¡Vale Javier, gracias!, pero no te olvides de decirme cosas...

—¡TOC...TOC…! —A la vez que abre la puerta:

—¡Hola Miret!, ¿cómo estás?

—¡Pasa Javier... siéntate! —su trato en esta ocasión es mucho más afable que la última vez que se vieron— ¿Qué...? ¿Supongo que vienes a recoger el informe de la autopsia… el de la muerta del piso?

—¡Sí, venía a esto!

—¡¿Pero tú que te crees, que en tan poco tiempo lo puedo tener hecho?! ¡¿Con la cantidad de trabajo que tengo y estando más solo que la una?! ¡Y seguro!, ¿que aun sigues creyendo que es un travesti? ¡Esto es lo que te pica y te da morbo!

Tras el rapapolvo que recibe por parte del forense, a Ponce sólo se le ocurre no cabrearlo más y decirle sus verdaderas intenciones y motivaciones:

—¡Pues sí, me da mucho morbo… y mira, de cada vez más! Ayer Quintillas, me enseñó una foto de la tía haciendo un "estriptis" en un espectáculo de un cabaret.

—¡No tendrás una foto de ella enseñando el pito!

—¡No Miret!, está prácticamente desnuda, pero no se ve lo de abajo.

—¡Mira!, como ya os dije cuando encontramos el cadáver, y ahora lo he podido confirmar, no muestra síntomas de haber sido violentada o maltratada, casi con seguridad habrá muerto de una sobredosis de heroína.

De todas formas, voy a mandar algunas muestras y algunas de las fotografías que me diste, a las que añadiré algunas de las que tiene el Quintillas, para hacer las pruebas comparativas con la cabeza de la mujer, al “Instituto Anatómico Forense”.

Habrá que esperar como mínimo un mes para tener la certeza de cómo murió.

—¿Y tú crees que esta gente del “Anatómico”, con el avanzado estado de descomposición que tenía el cadáver se van a aclarar?

—¡Seguro Javier!, tardan bastante porque tienen mucho trabajo, pero tienen buenos aparatos y además manejan unas técnicas muy modernas. Incluso nos mandarán una foto robot reconstruyendo su rostro.

—¿Sabremos entonces si era un travesti?

 —¡Sí...!, también conoceremos cual era exactamente su sexo, aunque ya te puedo adelantar que tienes razón y, posiblemente era un hombre transformado, lo deduzco por los huesos de la cadera. Pero como te digo, aún no he completado el informe y además, no me voy a comprometer hasta que esté totalmente seguro, igual es un "hermafrodita"… ¡Y qué...! ¿Habéis localizado ya al novio?

—¡Qué va!, si tenemos que confiar con el Quintillas, ¡lo tenemos claro!

—¡Vaya con el Quintillas!, menuda cara de gilipollas que tiene el tío —confirmando con estas palabras que él tampoco lo tiene en buena consideración, añadiendo un pregunta—. ¿Hace tiempo que está en la “Brigada Judicial”?

—No mucho, un año más menos.

—¡Bueno Javier!, no me des más la tabarra y ahueca, que tengo mucho trabajo.

—¡Vale Miret!, hasta otra, y no te olvides de mí, que tengo mucha curiosidad.


…De vuelta ya al Juzgado, Ponce se dirige al cuarto que tiene habilitado, de manera provisional, la “Brigada Judicial” en la segunda planta.

Ya en ella, se acerca a una puerta de cristal que está justo al fondo del pasillo derecho, observa que hay luz en el interior del cuarto. Y como es habitual en él, decidido abre la puerta.

En la mesa de la izquierda, hay un hombre que asombrado ante la inusitada presencia de Ponce, deja de escribir sobre una revista y le pregunta:

—¿Quién eres tú, joder? —con acento vasco.

—¡Soy Javier Ponce, funcionario del “Juzgado de Instrucción Cinco”!, ¿está Quintillas?

—¡No! ¡Quintillas está de vacaciones! ¡Qué tú quieres de él?

Ponce contesta en tono más suave, evitando que "el vasco" le contagie el tono alto y fuerte que utiliza:

—Pero si le vi ayer mismo y no me dijo nada.

—¡Pues ya te digo, está de vacaciones y tiene por lo menos para un mes! ¡Qué más quieres tú, joder?

—¿Tú no sabes donde tiene el expediente de la mujer que nos encontramos muerta ayer?, ¿en un piso de la calle San Bernardo?

—¡Yo no sé nada de una mujer, pero mira en esa mesa que es la suya! ¿Y quién es que pide el expediente?

—¡Lo manda el juez Aguilera! —contesta con rotundidad Ponce y se acerca al lugar de trabajo de Quintillas indicado. 

Ya en la mesa señalada por el vasco, Ponce abre el primer cajón de su lado derecho.

—¡Aquí está! ¡Esto es lo que andaba buscando!

A la vez que saca del cajón el montón de papeles que se llevó ayer Quintillas.

—¡Eh tú! ¿Lo has encontrado verdad? ¡Si te lo quieres llevar me habrás de dar un papel, un recibo… o algo.

Con esta petición, el vasco logra acabar de sulfurar a Ponce, que ya no puede contener su tono, ni palabras:

—¡Qué coño de recibo quieres que te dé! ¡Estos papeles los quiere el juez y nada más!, ¡si quieres un recibo vienes ahora conmigo y se lo pides tú al juez!

—¡Venga déjalo! ¡Coge tus papeles y vete, si el Quintillas se cabrea ya te lo enviaré!

Cargado con los papeles, Ponce abandona el cuarto y sube a la siguiente planta, donde está su mesa de trabajo.

Una vez en ella y descargada la pesada carga. Empieza a clasificar en dos montones toda la documentación. En uno coloca todas las fotografías y sin observarlas detenidamente en este primer “vistazo”.

Y en el otro, todos los demás papeles. Cuando estaba a punto de colocar el último de los papeles, alguien llama a su puerta:

—¡TOC...TOC...! —Al tiempo que desde fuera la abre.

—¡Sí… pase! —autorizando así a entrar al visitante.

Por la puerta aparece un fornido hombre, con poco pelo en su cabeza, prácticamente calvo, Ponce reconoce al individuo:

—¡Hombre Benito! ¿Qué haces tú por aquí?

—¡Pues mira!, he venido para un juicio y me he acordado de ti, me he dicho: «¡Voy a ver cómo le va la vida a mi amigo Javier Ponce!».

—Pues me alegro, ¡siéntate! ¿Cómo te va la empresa de seguridad?

—¡Bien!, poco a poco, ya tengo treinta hombres trabajando para mí, no me quejo.

—¡Coño! Treinta hombres son muchos, ¿y dónde los tienes colocados?

—Llevo la seguridad de la discoteca de Bartolomé Colón, y con él solo se me van cuatro hombres con los turnos, también tengo algunos colocados en algunas casas de putas, que aparentan ser clubs de alterne. El resto hacen la seguridad de la calle San Bernardo, principalmente el trozo primero de la calle, que es donde hay más comercios. Curiosamente, he leído antes en "EL PRIMERO DEL DIA", que encontrasteis el cadáver de una mujer en un edificio de esa misma calle. ¿Cuéntame, como sucedió?

—La mujer llevaba más de seis meses muerta y poca cosa más te puedo contar.

—El periódico dice que, la causa aparente de la muerte fue por una sobredosis, ¿qué era una "drogata"?

A Ponce le extraña éste inusitado interés por parte de Benito Bestard en este caso, y cambia su actitud afable del principio:

—Puede ser... aunque la verdad todo son de momento conjeturas, habrá que esperar el resultado de la autopsia.

—Según parece... encontrasteis una jeringuilla, con lo cual se confirma que era una consumidora de drogas.

—¿Cómo sabes lo de la jeringuilla? —el sentido de Ponce confirma que aquí hay algo más por parte de Benito, primero su exagerado interés por lo del cadáver; y ahora su conocimiento de que hubiera una jeringuilla, unido a su titubeo y retraso en responder a la pregunta:

—¡Lo dice "EL PRIMERO"! —Es al final su respuesta, que no convence a Ponce, que él recuerde, cuando leyó esta mañana el mencionado periódico, no menciona lo de la jeringuilla, ¿o quizás sí...?

—¡Mira Benito!, ven otro día y te contaré las novedades que se hayan producido, pero ahora me tendrías que dejar, ¡estoy muy liado! —De esta manera educada, intenta quitárselo de en medio, decide no “hacerle un feo”, pues son amigos desde hace muchos años.

—De acuerdo. ¿Pero no tienes ni un minuto para tomar un café conmigo?

—¡Que no Benito! El próximo día lo tomaremos.

Ante ello, Benito se levanta y abandona el cuarto, tras lo que Ponce se relaja; estira su cuerpo en la silla y se pone a pensar sobre la visita de Benito: «Que pesado se ha puesto el tipo este… ¡Me voy a tomar una caña!, pero antes le pondré algunas de estas fotos en el casillero de Miret (lo tiene en un hall de la planta baja del Juzgado, cerca de la oficina del fiscal de guardia), si tiene que esperar a que se las facilite Quintillas, ¡lo tiene claro el amigo Miret!». Cogiendo las fotos que necesita el forense para completar el envío al “Anatómico”; y poniéndolas en un sobre. Con él en la mano y antes de cruzar la puerta, en como una especie de acto reflejo, coge otra foto de ese montón, que resulta ser la fotografía dedicada, la que ya había observado en el piso y que ahora está ya sacada de su marco; y se la guarda en el bolsillo. Ahora sí sale de su cuarto cerrando la puerta, como es su costumbre desde que ocurrió lo del robo de expedientes en el edificio de los Juzgados, y se dirige al casillero del forense, que en realidad ha sido sustituido por un buzón cerrado y reforzado, también por los robos sucedidos.

Barito de Luis y Miguel cerca de los Juzgados

…No lejos de dicho edificio, unas calles detrás, Luis y Miguel, con lo que cobraron del paro por adelantado, habían montado un pequeño bar que había cogido fama por sus tapas, allí solía acudir Ponce a primera hora a desayunar y, también al mediodía a tomar una cerveza y una "tapita". Como hace en esta ocasión.

—¡Hola Luis, ponme una caña que vengo sediento!

—¡Hola Javier!, ¿no te apetece un pincho de tortilla?

—¡Si venga, ponlo!, y acércate que quiero que veas una foto.

De su bolsillo, Ponce saca la foto dedicada que ha extraído del montón y se la muestra a Luis, poniéndola encima de la barra.

—¡Mira esta foto!, y..., ¿a ver qué encuentras de raro?

—¡A ver trae! —Después de mirarla y con la foto en la mano—… ¡Pues nada, no veo nada raro, es la foto de una pareja!

—¿Una pareja normal? —pregunta Ponce, buscando una aclaración más extensa de su respuesta.

—¡Coño que pregunta! Para mí es una pareja normal, para los tíos guarros, les parecerá una pareja rara por el hecho de ser dos hombres.

—¿Cómo dos hombres? ¿En la foto hay una rubia y un tío?

—Esta rubia, ¡que es muy guapa!, perdona que te lo diga…, ¡pero es un travesti!, basta verles las facciones de la cara, la nuez... ¡Lo que yo te diga, esta mujer es un travesti! ¡Espera...!, se la vamos a enseñar a Miguel y verás como dice lo mismo que yo… ¡A ver Miguel, mira esta foto!, ¿la rubia no es un travesti?

—¡A ver... trae! ¡Pues claro!, se ve enseguida… y por cierto, ¿quién es?

—Es la foto de una muerta que encontramos en un piso —les “suelta” Ponce sin cloroformo—. Cuando la encontramos no estaba tan guapa como en la foto, llevaba más de seis meses muerta, ¡o quizás, muerto!

—¡Hay quita! —Apartando la fotografía— ¿Y de que murió?

—No lo sabemos con certeza, pero todo indica que murió de una sobredosis.

—¡Pues qué pena! Porque la chica era muy guapa… y él que va con ella, tampoco está nada mal... ¿También está muerto?

—¡No!, de momento no sabemos nada de él, sólo que por la dedicación que lleva la foto, que se llama Manolo.—indica el funcionario.

—¡Perdona Javierito!, pero como yo leo la dedicación, Manolo también puede ser el nombre de la chica. —؅puntualiza Miguel.

—¡Pues mira!, ahora que lo dices, ¡es cierto!, ¡también puede ser! —agradeciendo el comentario del consultado— ¡Venga devuélveme la foto que me voy a seguir trabajando! —Y de un “tirón”—: ¡GLUP… GLUP… CLUP…! —Ponce acaba la cerveza y sale del barito— ¡Apúntamelo que luego vuelvo!

—¡Vale de acuerdo! Vaya prisas que te han entrado...

De regreso al edificio de los Juzgados, faltando unos pasos para llegar a la puerta de su pequeño despacho. Ponce se percata de que está abierta. Agota rápidamente los pasos que la separan de ella y entra en el cuarto.

—¡Joder! ¡Qué ha pasado aquí!

Los papeles están en el suelo, como si se hubieran caído, no ve el montón de las fotografías que había colocado antes, ha desaparecido—… ¡Me cago en diez!, ¿¡quién habrá sido el hijo de puta que ha entrado aquí!? —Sale de su cuarto apresuradamente y se dirige hacía el despacho del Juez Aguilera. Sin llamar abre la puerta y entra—: Juez Aguilera, tengo que enseñarle algo ¡Por favor venga conmigo!

El Juez, sorprendido por la inusitada presencia de Ponce, sin pronunciar palabra se levanta y le sigue, por una vez no le da una de sus contestaciones.

—¡Mire!, el tiempo que he salido a tomar un bocadillo, ¡algún hijo de puta ha entrado y me ha montado este cirio!, ¡además las fotos del travesti del otro día han desaparecido! ¡No las veo!, ¡sólo están los putos papeles!

—¡Cálmate Javier! Habrá sido algún compañero tuyo, alguien de la casa que habrá tenido la curiosidad de verlas, ¡ya aparecerán!... Además, ¡te dije que no era un travesti! 

—¡No Aguilera, aquí está pasando algo raro! Entre el Quintillas que se ha ido de vacaciones y ahora esto, ¡no me cuadra!

—Aquí lo que ocurre es que tú estás muy nervioso. Últimamente te has "mamado" demasiadas guardias, anda recoge los papeles del suelo y luego te vas a tú casa, ¡hoy te tomas el día libre! ¿¡Has oído!?

—¡Bueno lo que Vd. diga!

—¡No te lo digo...! ¡Te lo estoy mandando que para algo soy el Juez!

Dada su tajante orden, Aguilera se retira. Ponce se agacha y recoge los papeles, volviendo a formar un montón con todos ellos, sin obedecer lo mandado por el Juez, se sienta en su silla y empieza a mirarlos uno a uno. Tras pasar varios de ellos, un documento llama en especial su atención y lee para sí mismo:

«Esto es una partida de nacimiento, de… MANUEL GOMEZ CORTES, nacido en Barcelona el día.... por la fecha de nacimiento este hombre debe tener 33 años...

¡Joder ya está! Esta es la partida de nacimiento del travesti».

Recordando que dichos apellidos eran los que constaban en el expediente de desahucio de la "IVONNE".

Se levanta y va hacia la librería de enfrente, del estante que está a la altura de su pecho, coge una carpeta, está en el primer montón de la derecha. Todo el juzgado es una anarquía de papeles para cualquier extraño, no así para los funcionarios como Ponce, que instintivamente retienen en su memoria la ubicación de casi todos los expedientes.

«¡Eso es! —Viendo el nombre de la demandada—… IVONNE GOMEZ CORTES, ¡lo que yo decía...!».

Ya más relajado, después de haber confirmado su teoría, Ponce continua mirando el resto de los papeles, la mayoría son cartas escritas a mano y de fechas muy anteriores a la actual, prácticamente todas están encabezadas por esta frase de saludo: «Mi querido Manolo…».

Javier saca de su bolsillo la foto dedicada, la única que conserva de la pareja, y comprueba la letra, es la misma, por lo que deduce que las cartas las ha escrito el chico de la foto.

Dirige su mirada al final de la carta y, lee el nombre de Ernesto en la firma del autor de esta, no indica apellidos, ni ninguna dirección, tampoco entre los papeles ha encontrado ningún sobre.

Volviendo a fijar su atención en la foto de marras, saca de su cajón una enorme lupa, con la que repasa todos los detalles y mirando una y otra vez. Su atención se concentra en una figura que está detrás de la barra, la que aparece al fondo de la pareja...:

«A mí esta cara me es familiar… y la decoración también» —Sigue pensando para él mismo—. «Yo diría que es “La Tarántula”, ¡seguro!, esta foto está tomada en la discoteca “La Tarántula”. ¡Ya decía que me era familiar…!».

El “enigma” o “rompecabezas” de la “Ivonne” se va aclarando. La ofuscación por la fallecida, su tenacidad y algo más… parece que está empezando a dar su fruto... 

FIN DEL CAPÍTULO II

No se recomienda su lectura a personas menores de 16 años.

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